Todas las cholitas son luchadoras


Albañil, conductora de autobús, guardia: todas las cholitas son luchadoras

Cuando Polonia Ana Choque escuchó por los altavoces de un polideportivo de El Alto que estaban abiertas las inscripciones para encontrar a los nuevos talentos de la lucha libre boliviana, no lo dudó ni un momento. Siempre había sido una apasionada de ese deporte y vio en el anuncio una gran oportunidad para su futuro.

Eran los años 90 y se presentó al entrenamiento con su pollera, la tradicional falda abultada de las indígenas bolivianas, y unas ganas locas de comerse el mundo.

“No han especificado si iban a admitir mujeres de pollera y hemos asistido unas cinco o seis cholitas que nos hemos arriesgado”, recuerda.“Los varones nos han mirado de pies a cabeza y nos han dicho que no íbamos a poder, que la pollera nos iba a impedir y que éramos unas inútiles para ese deporte”.
Las críticas fueron su mejor combustible. Entrenaba con sus compañeros varones para dar el máximo en el ring y de paso, para combatir el machismo. ’Carmen Rosa La Campeona‘ –el nombre artístico por el que le conocen en toda Bolivia– tiene ahora 46 años y es probablemente la más popular de las cholitas, el apelativo con el que se conoce a las mujeres indígenas bolivianas.

Esta mujer, que logró convertirse en campeona de lucha libre, tan pronto está presentando un documental del que ha sido protagonista en Nueva York, peleando junto a luchadores mexicanos en Londres o bailando al ritmo de Shakira en la versión boliviana del reality show“Bailando por un sueño”, donde alcanzó la final.

"La mujer boliviana es muy fuerte y puede lograr lo que se ella propone", afirma la pionera en la lucha con pollera. Pero si Carmen Rosa tiene que quedarse con una cosa de todos sus triunfos es con la posibilidad de haber viajado por el mundo para "demostrar también en otros países que la mujer boliviana no solamente sirve para la cocina, para atender al esposo o para criar a los hijos".

La lucha de cholitas se ha vuelto una suerte de atracción turística en Bolivia y Carmen Rosa no es la única que ha decidido abandonar el rol que tradicionalmente le tenía reservada la sociedad a la mujer. En las calles bolivianas no es raro ver a mujeres de pollera desempeñando trabajos que hasta no hace mucho eran exclusivos de hombres.

Ese es el caso de Mercedes Quispe, una mujer de 42 años a la que se le puede encontrar con su bombín, su pollera y una tímida sonrisa al volante de los Pumakatari, los modernos autobuses que comenzaron a rodar en las empinadas calles de La Paz hace dos años para tratar solucionar el problema de transporte de la ciudad.

Quispe, una experimentada conductora que ya había manejado desde taxis hasta camiones, no pudo resistirse cuando vio la convocatoria de la alcaldía, hizo las pruebas de ingreso y se convirtió en la primera chofer de pollera en los autobuses de La Paz. A partir de ahí, dice, su vida cambió.
"Hace 6, 10 años atrás no había justicia para mi. He sido agredida, maltratada por el papá de mis hijos y nunca encontraba justicia. Él era policía y nadie me hacía caso. Porque no sé, yo creo que hablaba suavito… Pero he aprendido a respetarme y me han respetado", afirma.
Por eso, anima a las mujeres indígenas a que no se encierren en sus casas y salgan a trabajar para que puedan ser independientes. "Para una mujer nada es difícil porque hacemos de todo: lavamos ropa, cocinamos, vendemos, trabajamos… Es bastante el trabajo pero somos fuertes. Somos mejor que los varones", dice, e inmediatamente se disculpa entre risas con los hombres presentes. "Perdonen, no quiero ofender. Pero somos más tranquilas, no somos nerviosas como los varones".

En eso coincide la secretaria general del primer sindicato de mujeres albañiles de Bolivia, Elisavet Ticona, una aimara de 38 años que lleva una década trabajando entre andamios, escombros y mezclas de cemento.
"Al principio hemos sido discriminadas porque, por falta de conocimiento, los hombres siempre son egoístas. No te enseñan, no te dejan que aprendas (...), pero las mujeres siempre somos detallistas y cumplimos más con lo que prometemos y brindamos más entusiasmo. Me siento a la altura de los varones y tal vez alguna vez superior que ellos", sostiene.
Como la mayoría de mujeres de ese rubro, Ticona decidió dedicarse a la construcción porque pagan con más frecuencia que otros trabajos y necesita el dinero para mantener a sus 4 hijos a los que cría sola. Ahora siente que le respetan más por trabajar de igual a igual con los hombres.

Pero eso no siempre fue así. Y es que esta mujer, que es originaria de un pueblo de la provincia de La Paz, aún recuerda cuando era más joven y su padre le llevaba a la ciudad y no les dejaban entrar en algunos lugares por su indumentaria tradicional. "En diferentes oficinas, cuando íbamos a visitar nos pedían que nos quitáramos el sombrero o las abarcas que generalmente llevan los que vienen del campo. Pero hoy por hoy, tal vez por el conocimiento que tenemos, tenemos la oportunidad de entrar a las oficinas sin quitarnos el sombrero".

Junto con el ascenso de los movimientos originarios y campesinos en Bolivia y la elección del primer presidente indígena del país, Evo Morales, las mujeres de pollera han visto cómo en los últimos años se les han abierto muchas puertas.

"La sociedad se ha dado cuenta de que no tiene que haber discriminación. Hemos salido a trabajar en las oficinas, en los bancos... La mujer de pollera donde sea puede encontrar trabajo", afirma Elisabeth Acho, una guardia de tránsito de 32 años a la que se le puede ver controlando el caótico tráfico de El Alto con una abultada falda naranja eléctrico, el color del uniforme de las llamadas "cholitas viales".

“La gente se admiran al vernos: te dicen ’¡dale, cholita!‘“, explica la guardia que recuerda su momento de mayor satisfacción profesional cuando atrapó a un hombre que había extorsionado a varios comerciantes: “Estaba solita trabajando en la mañana. No había muchas movilidades. Viene un señor corriendo y me dice: ’¡Guardia, cholita guardia: agarre a ese ladrón, el de chaleco anaranjado!‘. Corro, le boto al piso, lo tiendo y lo pongo sus manos atrás y me siento encima de sus pies para que no se mueva”, explica enérgica la mujer de menos de 1.50 metros de estatura.

Por casos como el de Acho, Quipe y Ticona, Carmen Rosa la luchadora no duda en decir que muchas mujeres indígenas ya han ganado la pelea y se han hecho su lugar en la sociedad.


“La mujer aimara siempre ha sido muy reservada, conservadora de sus cosas y tímida. Pero nos quitamos la ropa, la pollera y somos igual”, alega, aunque sabe que aún no está todo ganado y anima a otras a seguir sus pasos para empoderarse: “Yo quiero decirles a todas las mujeres: pongámonos las pilas, pongámonos fuertes (...) Todas las mujeres podemos. No somos unas inútiles. ¿Qué tienen los hombres, qué tengo yo, que no tengas vos? Olvida un poquito la timidez y yo sé que vas a poder y vas a llegar muy lejos”.// Univisión

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