Santa Vera Cruz Tatala hoy sin cholitas
He podido regresar, después de bastantes años, a la fiesta de Santa Vera Cruz (o Velacruz, o SVC), en el kilómetro seis hacia el Valle Alto de Cochabamba. Era y sigue siendo una fiesta icónica de los valles de Cochabamba, aunque el lugar ahora ya está totalmente urbanizado. Yo empecé a participar en ella en los años 50, y en los años 60 llegué a escribir un largo artículo que se publicó en América Indígena. En su versión inglesa lo había llamado Lights, Songs and Drinks (= LSD, una de las primeras drogas psicodélicas), aludiendo al espectáculo multitudinario de velas y hogueritas humeantes de bosta, coplas y bebida (sobre todo chicha) por el inmenso canchón y las carpas de los alrededores.
Dentro del canchón siguen siendo general —como antes— el rito de quemar bosta del ganado y arder velas; éstas se las suele prender juntas en grupos de 5, 6, 7, una para cada miembro de la familia. Se pasa sin prisa y ahora muy ordenadamente delante del Cristo, para tocarle y besarle con gran devoción, hablarle, restregar sus pies y piernas con lo que traen, relacionado con la fertilidad del ganado, de la gente y —a veces— también lo mejor de la chacra. Hay gran cantidad y variedad de flores. La chicha y cerveza siguen pero fuera del canchón.
Ya no hay las waka y burru chupita (colitas de vaca, burro, etc.) que antes se intercambiaban a los pies del Cristo entre los que las traían agradecidos desde sus corrales y los que se las recogían para facilitar la fertilidad del año siguiente. Lo que ahora sí traen son ganados en miniatura, envueltos en serpentinas; casitas y carros comprados en las carpas del contorno.
Desaparecieron los cientos de grupos de cholitas copleras cada uno con su acordeonista entonando e improvisando coplas al Tatala (papito), pidiéndole, no sin picardía, corrales llenos de ovejas, cholitas bien gorditas, etc. En el pasado, todo el canchón quedaba inundado con oleadas de ese sonido múltiple durante horas y horas. La edición de esas y otras coplas ya es de larga data, gracias a los discos Lauro (por Laureano Rojas, padre e hijo) de los que surgió después Discolandia. Pero ya no se las oye en el canchón. Solo hubo un estrado con parlantes la noche del día 2 para que participaran mayormente solistas ya consagradas que vendían sus CD. El día anterior sí hubo en el coliseo de Cochabamba un concurso público de coplas, del municipio y el canal 2.
Otra novedad son los puestos que venden muñequitos de wawitas de todo tamaño, precio y expresión, con su propio certificado de nacimiento. Siempre hubo en la fiesta algunas wawitas artesanales, hechas quizás con mazorcas de maíz, dejadas por los que ya no querían hijos; y recogidas, medio a ocultas, por los que querían y tal vez no podían. Pero ahora es algo mucho más explícito y general, sobre todo por parte de parejas jóvenes. Contraste interesante con los MCS que se fijan más en el control de natalidad.
Hay una inesperada inversión simbólica entre la fiesta de SVC, más antigua y centrada en la fertilidad, pero cuyo símbolo central es un Tatala masculino y crucificado; y en Quillacollo, la más moderna Mamita de Urkupiña, femenina, centrada en la multiplicación del dinero expresada en las piedras del cerro. Solo avanzo dos apuntes: en Cochabamba tanto el sol como la luna son también tata (Inti y Killa); y “crucificado” se dice chakatasqa, con la misma raíz de chaka (puente) y chakana (la cruz andina y la constelación Cruz del Sur, que lucía esplendorosa sobre los presentes. // La Razón (COM)
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